domingo, 7 de septiembre de 2014

¿Dónde están las lagartijas?


¿Dónde están las lagartijas?
 
¿Se fueron? ¿Huyeron? ¿Se escondieron? ¿Desaparecieron como los dinosaurios?

No se las volvió a ver cerca del ordenador, la penumbra las ahuyentó, como si la luz de la pantalla fuera tóxica, como si las teclas fueran losas sobre un laberinto de tierras movedizas. No se supo más de ellas. Como si de un eclipse las hubiera reducido a la oscuridad. Un eclipse que dura más de un año… 

Misterio, nadie sabe nada. 

El error fue buscarlas en el sitio incorrecto bajo la sombra del eclipse.

Bastó dar unos pasos y verlas en todos lados. Allí estaban, escribiendo historias sin tinta, sin teclas. Cazando momentos compartidos y momentos para compartir : el baile de sombras en el Zoo bajo la mirada de los ibis, la coreografía de las olas del Atlántico, la brisa salada del Mediterráneo, la arena que se pega a la piel, el mar de cereales de Castilla… Caldeándose al sol de Montpellier,  de San Sebastián, Zarautz, Guetaria, Salamanca, Castilla, Toledo, Portugal… Pensando en futuras visitas, en futuras historias. Pensando en ti, que lees estás líneas. 

Las lagartijas están ahí, y piensan todo el rato en ti…. Búscalas al sol, en la brisa y aunque parezca imposible también estarán bajo la lluvia cantando y bailando con sus paraguas. Búscalas en una canción, en un perfume, en un sabor, en un recuerdo, en una caja de cartón. 

Cazan momentos para compartir y escriben historias sin tinta en cada lugar, que escurridizos, se deslizan por debajo de la puerta cuando se trata de escribirlos por aquí….
Las lagartijas te envían sus líneas en los rayos de sol que amanece cada día y aquellos reflejados en la luna, tan fuerte que no habrá nube que las pare. 

… Y quizás próximamente consigan la manera de acercarte todas esas cosas a esta ventana…   

Hasta entonces disfruta del día más importante de tu vida: HOY, porque es el único día que te pertenece realmente, pero esa, es otra historia de lagartijas…

...Música para lagartijas....



viernes, 24 de mayo de 2013

A veces

A veces, no basta con seguir la estrella polar para tropezar con tus sueños. 
Esos que duermen al sur, en el regazo del destino. 

lunes, 1 de abril de 2013

VIENTO

Marzo ventoso llegó soleado y sin prisas por marcharse de aquellos parajes abandonados.

La casa de madera resonaba, las puertas silbaban. Un arrullo estremecedor parecía querer arrancar,  con firmeza y constancia, el conjunto de tablas de la tierra.

Los  árboles de tronco desnudo bailaban al son de una música inaudible alrededor de la casa. Algo más lejos, unos abetos que coquetos habían conservado su hojas en invierno, parecían luchar por no despeinarse, como señoritas recién salidas de la peluquería.

El viento soplaba fuerte, tanto que parecía un océano imponente, como si el aire tan transparente y denso, quisiera romper un acantilado invisible y conquistar nuevos mundos.

Los árboles de hoja caduca continuaban danzando, pero esta vez como si quisieran desenterrar sus raíces y echar a correr, aprovechando el denso viento que les permitía moverse sin levantar sospechas. Al amainar el viento, como una calma chica, los árboles cesaban sus esfuerzos, pero las ganas de salir corriendo les impedían mantenerse inmóviles.

El canto de los pájaros volaba más deprisa que el aleteo de sus alas, navegando dulcemente en ese mar de aire y desorden.

El antiguo reloj de cuerda de la salita, seguía marcando las horas sin importarle la distancia ni las inclemencias del tiempo… dirigiendo desde las sombras la inmensa orquesta allí presente.

Al día siguiente, la calma. Los abetos acicalaban sus hojas con gran esmero. Los pájaros reposaban en sus ramas, gorgoteando canciones alegres.
En el suelo, agujeros de tierra que nadie se ocupó de tapar, testimoniaban lo imposible: los árboles siguiendo el viento, consiguieron al fin su libertad.

...La música del viento...

sábado, 9 de marzo de 2013

El ibis rojo

¡Volar!


Desde el nido no pensaba en otra cosa, sus padres dos excelentes ibis escarlata le contaron historias de magníficas migraciones. Cientos de uves decorando el cielo azul, con sus brillantes plumas, aleteando al mismo son, surcando los vientos y las brisas. Estelas rosadas separando el mar turquesa del cielo azul. Su abuelo, un ibis escarlata rojo fuego, el más rojo y el más viejo del grupo, relataba con añoranza cuando ejercía como vértice de su formación en V. Sin brújulas, sin astrolabios, sólo por el perfume de la brisa y la luz de las estrellas, guiaba hacia buen destino a su tropa.

¡Volar!

Sin embargo, los tiempos habían cambiado cuando el ibis rojo alcanzó “la mayoría de vuelo”. El cielo se volvió un caos de migraciones, miles de aves desorientadas buscando “un lugar mejor”. Ya no se formaban uves recortando la bóveda celeste, todo parecían nubes de colores, torbellinos, huracanes.
El vuelo espontáneo se prohibió, sólo se podía volar por turnos, pero esos turnos eran asignados según “las aptitudes para volar”. Ya no bastaba tener dos alas, saber aterrizar y cambiar de rumbo. Uno tenía que tener experiencia de vuelo, tener su propia formación ya no en V porque era muy anticuada y estar motivado para volar.
Motivado para volar… ¿y eso se come? En la época de sus ancestros volar era como respirar, y poco a poco se fue convirtiendo en asfixia programada.
¿Quién decidió que volar por placer era contrario a la ley? Que uno no puede guiarse por sus instintos y que una formación en V por anticuada que fuera, era método infalible para llegar a buen nido.

¡Volar!

¿Y acaso sus alas dejaron de servir en cuestión de segundos? ¿Qué sería del ibis rojo si no podía volar? ¿Tendría que buscarse la vida al lado de su pantano, conformarse con revolver el lodo y alimentarse con los mosquitos que allí morían? ¿Ver reflejos rosas surcando el agua…?
El ibis rojo decidió renunciar a volar, y seguir el rumbo que le marcaba el agua,  esa agua que le proporcionaba su alimento de manera gratuita, esa agua que siempre seguía su curso, utilizar sus patas hasta encontrar una solución.

Andar, andar, andar…

El curso del agua solía esconderse tras las rocas, y era difícil volver a encontrar su camino. El ibis se preguntaba si algún día sus alas se olvidarían de volar, y tendría que conformarse como lo hicieron en su tiempo los pingüinos y los avestruces.

Llovía, la incertidumbre mojaba las plumas del ibis rojo y borraba los caminos de libertad de arroyo. Sin embargo, al terminar la lluvia, las gotas de la tormenta se tornaban en perlas y un sentimiento de felicidad indicaba cual rayo de sol el sendero de agua clara a seguir.

Andar, saltar, mirar al cielo.  Las copas de los arboles eran nubes verdes que filtraban una fina lluvia de sol. ¿Quién habría volando sobre esas nubes verdes? ¿Acaso importaba? El ibis rojo se convirtió en un gran experto del suelo, disfrutaba de la caminata y se preguntaba si algún día conseguirían convertirla en un “nuevo martirio”.

El no lo permitiría, volvería a su nido y volando o corriendo demostraría que uno nunca se olvida de volar y que el único motivo suficiente es porque nos da la gana. Qué no somos nuestras alas o nuestras patas, sino nuestros deseos y nuestro corazón y son ellos los que nos guían a la felicidad. Que se puede volar con el corazón y correr con los sentimientos.

Y en esos pensamientos estaba nuestro ibis rojo cuando un día una luz desde el suelo le cegó.

Tan límpida estaba el agua, que parecía que el sol estaba bañándose en ella. Cielo, jungla, agua.

¡Vivir! ¡Volar! ¡Correr! ¡Soñar!

Y una flecha rojo escarlata atravesó la pizarra celeste garabateando todo tipo de letras.

Letras que escribirían la historia de un ibis rojo que dejo de volar... para poder correr, volar, vivir y soñar.

viernes, 8 de febrero de 2013

El ruiseñor y la rosa (al son de lagartijas) 2/2

El ruiseñor y la rosa (al son de lagartijas) 1/2 aquí.

Oscar Wilde ft Lagartijas al sol
 

Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las espinas.
Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas, y la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.
Cantó durante toda la noche, y las espinas penetraron cada vez más en su pecho, y la sangre de su vida fluía de su pecho.
Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha, y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras canción.
Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora.
La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal parecía la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.
Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.

Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen.
Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.
Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la rosa seguía blanco: porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa.
Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.
Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor sublimado por la muerte, el amor que no termina en la tumba.

El ruiseñor “muriendo por amor” y es así como se detecta el llamado “amor tóxico” uno siente que pierde el alma cada día poco a poco y la gente solo le dice “es normal es por amor”. Y así es como uno deja de ser uno mismo y se convienrte en una sombra, un zombi, hasta que una sonrisa se transforma en una muesca… Engaños y engañados, menos mal que en el mundo de las lagartijas casi todo se soluciona al amanecer…
Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.
Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió sobre sus ojos.
Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se le ahogaba en la garganta.
Entonces su canto tuvo un último destello. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo.
La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío del alba.
El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los rebaños dormidos.
El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.
-Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.
Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado de espinas.

Y una lagartija como yo piensa  ¿mereció la pena?, seguro que no, las rosas son perecederas, y siempre es preferible vivir por alguien que morir por él.

A medio día el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.
¡Qué gran estudiante, aprovechando la luz del día para dormir!
 
-¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto rosa semejante en toda vida. Es tan bella que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre muy enrevesado.
E inclinándose, la cogió.

“Eureka” que debería haber dicho, y es así que la gente que recibe todo hecho nunca aprende nada, ni siquiera a dar las gracias… ¿será que con la maldita rosa roja  conseguirá su sueño tan soñado que no trabajado?

Inmediatamente se puso el sombrero y corrió a casa del profesor, llevando en su mano la rosa.
La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies.
-Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja -le dijo el estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderás cerca de tu corazón, y cuando bailemos juntos, ella te dirá cuanto te quiero.
Pero la joven frunció las cejas.
-Temo que esta rosa no armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad, y ya se sabe que las joyas cuestan más que las flores.
-¡Oh, qué ingrata eres! -dijo el estudiante lleno de cólera.
Y tiró la rosa al arroyo.
Un pesado carro la aplastó.

Se le terminó el amor al chico... ¡Vaya! solo hicieron falta 5 frases... podría haber sido peor ¡y haber durado varios años!
-¡Ingrato! -dijo la joven-. Te diré que te portas como un grosero; y después de todo, ¿qué eres? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que puedas tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del chambelán.

Hay que desconfiar de la gente que te pide cosas banales, vestirse bien, una rosa roja.... como si el envoltorio del bombón fuera a cambiar las propiedades del mismo. Hay gente que debería comerse el envoltorio y dejar el bombón para quien lo sepa apreciar.
"¡Qué tontería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No es ni la mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica."

Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a leer.

Y ya, ¿fin? ¿Murió el ruiseñor por un capricho de adolescente, por una rabieta?



A Oscar Wilde se le olvidó un detalle, uno pequeñito: una lagartija observaba la escena entre los dos muchachos, y en cuanto la rosa tocó el suelo, esta lagartija se escurrió entre las ruedas del carro, dejando en la hazaña 4 pétalos rojos machacados por las ruedas del carro.

Rápidamente volvió al rosal y recuperó el cuerpecillo del ruiseñor.

Lo tumbó encima de una rosa sobre su piedra preferida para observar el atardecer y esperó. Esperó a que la tarde se tiñera de fuego y de azul añil. Sol, sólo sol, caldeando el corazón del pequeño ruiseñor que comenzó a palpitar, como un reloj, un reloj que seguiría  marcando las horas sin importarle la distancia ni las inclemencias del tiempo. El ruiseñor miró a la lagartija cuya sonrisa esbozaba un claro “ya lo sabía”. Dio la vuelta y desapareció bajo el brillo del sol radiante que amanecía en otro mundo, allá al oeste.

El ruiseñor no necesitaba nada más, se dio cuenta que nunca hay que negarse a uno mismo. Y entonó un canto, a la vida, al sol y al atardecer.

sábado, 2 de febrero de 2013

Pepo y Pepito (III)

Pepo y pepito I aquí
Pepo y Pepito II  acá.
 
Los primeros rayos de sol iluminaron sus piquitos y les despertaron cual un beso de mamá gallina. Pepo se dio la vuelta escapando del brillo del despertador. Pepito estiró las alitas y brincando de alegría dijo: ¡Tenemos que cruzar el río ahora que los monstruos han cerrado sus ojos luminosos! ¡No hay tiempo que perder, quizás más tarde vengan más!
 
A Pepo no le gustó la idea, sabía que su hermano era muy cabezón y no abandoraría la idea, pero antes decidió tomar precauciones y agarrar algunas armas que podrían serles útiles más tarde.
Así fue que apareció con un tenedor del ala y un tapón de plástico en la cabeza. Pepito rió la ocurrencia y no dijo nada más, si contradecía mucho a su amigo este nunca se uniría a él en la “cruzada”.

Y así se presentaron en la orilla del río de asfalto. Miraron a ambos lados, pero los monstruos de ruido estaban intentando acabar con ellos tirándoles gas tóxico. Así nunca conseguirían pasar. Pepito perdió la esperanza y decidió cerrar los ojos y cruzar. Pepo siguió tras él, un monstruo rojo se acercaba! Pero su armadura imporvisada pesaba mucho, no podía avanzar tan deprisa como pepito

¡Pepitooooooooooooo!- Gritó mientras veía desaparecer a su amigo debajo de las patas redondas del monstruo. Sintió estremecer su pequeño estomago…




-¡Pepo! ¡Ayúdame!- el pollito muerto de miedo tuvo la suerte de quedarse entre las dos ruedas del coche, y corrió hacia su amigo…
-¡Te dije que no cruzaras!-Y disimuladamente Pepo limpió sus lágrimas. Ven busquemos un lugar mejor, esto es muy peligroso…
Y ambos amigos amarillos decidieron recorrer la orilla de aquel Amazonas infestado de pirañas de colores.

Pepito estaba asustado, pero su idea de cruzar seguía con él. Pepo se pasaba el rato observando, callado, veía monstruos muy diferentes y algunos con sólo dos patas redondas parecían amigables, iban despacio y no soltaban humo. Vio otros seres, iban como ellos sobre dos patas y cruzaban tranquilos el río, ¿pero cómo?

Al final se dieron cuenta, todo el mundo parecía obedecer a un gran árbol metálico con dos luces en el brazo y tres ojos de colores. Simplemente había que aprenderse el código.

Y así hicieron, el árbol vigilaba con sus tres ojos a los mosntruos metálicos y cuando estos estaban dominados bajo su poder, encendía una luz verde para dejar pasar a los seres pacíficos.
¡Menos mal que existía el árbol metálico!

VERDE
Pepito corre otra vez a su ansiado otro lado del río, ese que estaba cerca de aquel campo verde. Pepo pasaba lento con su tenedor y su casco, además por el camino había ido llenando un saquito con cosas para “por si acaso”.

Sin embargo, el saquito tenía un agujero, y al pasar por el río sus tesoros acumulados se esparramaron por el suelo!

¡Pepo ven! ¡Deja eso! La luz verde parpadea! –Pepito gritaba a salvo en la acera.

Pepo miro al árbol metálico, el terror recorrió su cuerpo desde las uñitas de las patas hasta el pico: ¡El ojo del árbol estaba rojo!

Soltó la bolsa, tiró el casco, y del miedo que tenía se olvidó de tirar el tenedor. Fue el pollito más rápido de la historia, claro que no hubo jueces que anotaran el record mundial.
Sintió las patas de caucho destrás de su colita y una vez en la acera, tuvo que sentarse a encontrar un ritmo normal de respiración…

-Pepo, a veces tienes que dejar cosas atrás para seguir adelante… Si no el peso acumulado te impedirá avanzar…

Pepito tenía razón, seguro que más adelante podría seguir buscando otras armas y provisiones, en ese momento lo más importante era escapar de aquella jungla de cemento tan asfixiante.

Triste y contento a la vez, Pepo decidió continuar el camino hasta aquel soñado prado verde.
Pepito reía tras él:
-¡Toma tu lanza! Al parecer ella quiso seguir el camino contigo.

Además Pepito encontró cascos en los que ponía “San Miguel”, y pensó que estaría bien tener una ayudita extra.

Y en esta guisa, nuestros pollitos siguieron su camino hasta su verde paraíso. 

sábado, 26 de enero de 2013

Retales del pasado...

Y volvió. Como vuelven las gotas de rocío en las mañanas de primavera. Como vuelven las hojas a acariciar las ramas de los árboles desnudos. Y observó.

Pícara, una sonrisa se perfilaba débilmente en su gesto. Era gracioso ver como el armadillo escapaba de los brazos de Morfeo para escribir sus sueños develados. Bichejo extraño donde los haya.

Lo pensó varias veces y decidió dejar su huella fría sobre el abismo de comentarios vacíos.

Y hecho esto, se fue, agradeciendo haber encontrado que el otoño palpitaba entre los párrafos; feliz, de haber descansado de una tarde de escritos científicos en inglés, de entonaciones francesas.

La lluvia empapó el rastro, de aquel ser de sangre fría. Y si vuelve o no vuelve dependerá del destino.

Publicado en 2008 como comentario aquí.