martes, 23 de agosto de 2011

Pepo y Pepito II

Poco tardó la primera dificultad en aparecer: un río sólido por el que pasaban gigantes monstruos ruidosos emitiendo gases asfixiantes. A veces más grandes unos que otros. Pepo lo tuvo claro, no quería terminar aplastado bajo las enormes patas negras de aquellos bichos... deseaba volver a su cascarón y dormir en él como había hecho hasta entonces. Pepito se sentó en una roca y miraba aquellos monstruos pasar. No decía ni pío, pero su ojos se movían de un lado para otro tratando de buscar una solución. Sus 5 horas de edad no le bastaban para poder entender aquella franja de asfalto que le separaban de una llanura verde alejada a una distancia de 4239 pasos de allí. Volver al rincón de la basura o enfrentarse a los monstruos metálicos...

Pepo dio media vuelta y desapareció por un momento. Después volvió lamentando su fortuna. El cascarón roto coloreaba el suelo vacío de bolsas de basura. La destartalada incubadora también hizo acto de ausencia… Pepo angustiado se dio cuenta de lo ocurrido: uno de esos monstruos arrasó el que fue su hogar durante quien sabe cuantas horas, engulléndolo todo, sin apenas saborear el banquete. Pepito le miró, estaba claro que su suerte habría sido idéntica de haberse quedado jugando entre las bolsas de basura… Solo quedaba una opción, y entonces se sintió aliviado: la decisión estaba tomada, ahora solo quedaba saber cómo actuar.

La noche cayó, y con ella el frío. Pepo y Pepito se arroparon con sus alitas. Soñaron con cascarones nuevos e incubadoras plagadas de otros pollitos, amarillos como ellos...Cerca de ellos, el caudal de aquel río de asfalto fluía constante hacia el mar de edificios, lento bajo los ojos luminosos de los monstruos metálicos que rugían con violencia al pasar. Al terminar la noche, el río no se evaporará, ni los monstruos se apaciguarán, pero como siempre, el sol saldrá para iluminar el camino a seguir.