viernes, 8 de febrero de 2013

El ruiseñor y la rosa (al son de lagartijas) 2/2

El ruiseñor y la rosa (al son de lagartijas) 1/2 aquí.

Oscar Wilde ft Lagartijas al sol
 

Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las espinas.
Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas, y la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.
Cantó durante toda la noche, y las espinas penetraron cada vez más en su pecho, y la sangre de su vida fluía de su pecho.
Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha, y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras canción.
Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora.
La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal parecía la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.
Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.

Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen.
Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.
Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la rosa seguía blanco: porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa.
Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.
Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor sublimado por la muerte, el amor que no termina en la tumba.

El ruiseñor “muriendo por amor” y es así como se detecta el llamado “amor tóxico” uno siente que pierde el alma cada día poco a poco y la gente solo le dice “es normal es por amor”. Y así es como uno deja de ser uno mismo y se convienrte en una sombra, un zombi, hasta que una sonrisa se transforma en una muesca… Engaños y engañados, menos mal que en el mundo de las lagartijas casi todo se soluciona al amanecer…
Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.
Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió sobre sus ojos.
Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se le ahogaba en la garganta.
Entonces su canto tuvo un último destello. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo.
La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío del alba.
El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los rebaños dormidos.
El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.
-Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.
Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado de espinas.

Y una lagartija como yo piensa  ¿mereció la pena?, seguro que no, las rosas son perecederas, y siempre es preferible vivir por alguien que morir por él.

A medio día el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.
¡Qué gran estudiante, aprovechando la luz del día para dormir!
 
-¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto rosa semejante en toda vida. Es tan bella que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre muy enrevesado.
E inclinándose, la cogió.

“Eureka” que debería haber dicho, y es así que la gente que recibe todo hecho nunca aprende nada, ni siquiera a dar las gracias… ¿será que con la maldita rosa roja  conseguirá su sueño tan soñado que no trabajado?

Inmediatamente se puso el sombrero y corrió a casa del profesor, llevando en su mano la rosa.
La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies.
-Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja -le dijo el estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderás cerca de tu corazón, y cuando bailemos juntos, ella te dirá cuanto te quiero.
Pero la joven frunció las cejas.
-Temo que esta rosa no armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad, y ya se sabe que las joyas cuestan más que las flores.
-¡Oh, qué ingrata eres! -dijo el estudiante lleno de cólera.
Y tiró la rosa al arroyo.
Un pesado carro la aplastó.

Se le terminó el amor al chico... ¡Vaya! solo hicieron falta 5 frases... podría haber sido peor ¡y haber durado varios años!
-¡Ingrato! -dijo la joven-. Te diré que te portas como un grosero; y después de todo, ¿qué eres? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que puedas tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del chambelán.

Hay que desconfiar de la gente que te pide cosas banales, vestirse bien, una rosa roja.... como si el envoltorio del bombón fuera a cambiar las propiedades del mismo. Hay gente que debería comerse el envoltorio y dejar el bombón para quien lo sepa apreciar.
"¡Qué tontería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No es ni la mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica."

Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a leer.

Y ya, ¿fin? ¿Murió el ruiseñor por un capricho de adolescente, por una rabieta?



A Oscar Wilde se le olvidó un detalle, uno pequeñito: una lagartija observaba la escena entre los dos muchachos, y en cuanto la rosa tocó el suelo, esta lagartija se escurrió entre las ruedas del carro, dejando en la hazaña 4 pétalos rojos machacados por las ruedas del carro.

Rápidamente volvió al rosal y recuperó el cuerpecillo del ruiseñor.

Lo tumbó encima de una rosa sobre su piedra preferida para observar el atardecer y esperó. Esperó a que la tarde se tiñera de fuego y de azul añil. Sol, sólo sol, caldeando el corazón del pequeño ruiseñor que comenzó a palpitar, como un reloj, un reloj que seguiría  marcando las horas sin importarle la distancia ni las inclemencias del tiempo. El ruiseñor miró a la lagartija cuya sonrisa esbozaba un claro “ya lo sabía”. Dio la vuelta y desapareció bajo el brillo del sol radiante que amanecía en otro mundo, allá al oeste.

El ruiseñor no necesitaba nada más, se dio cuenta que nunca hay que negarse a uno mismo. Y entonó un canto, a la vida, al sol y al atardecer.

sábado, 2 de febrero de 2013

Pepo y Pepito (III)

Pepo y pepito I aquí
Pepo y Pepito II  acá.
 
Los primeros rayos de sol iluminaron sus piquitos y les despertaron cual un beso de mamá gallina. Pepo se dio la vuelta escapando del brillo del despertador. Pepito estiró las alitas y brincando de alegría dijo: ¡Tenemos que cruzar el río ahora que los monstruos han cerrado sus ojos luminosos! ¡No hay tiempo que perder, quizás más tarde vengan más!
 
A Pepo no le gustó la idea, sabía que su hermano era muy cabezón y no abandoraría la idea, pero antes decidió tomar precauciones y agarrar algunas armas que podrían serles útiles más tarde.
Así fue que apareció con un tenedor del ala y un tapón de plástico en la cabeza. Pepito rió la ocurrencia y no dijo nada más, si contradecía mucho a su amigo este nunca se uniría a él en la “cruzada”.

Y así se presentaron en la orilla del río de asfalto. Miraron a ambos lados, pero los monstruos de ruido estaban intentando acabar con ellos tirándoles gas tóxico. Así nunca conseguirían pasar. Pepito perdió la esperanza y decidió cerrar los ojos y cruzar. Pepo siguió tras él, un monstruo rojo se acercaba! Pero su armadura imporvisada pesaba mucho, no podía avanzar tan deprisa como pepito

¡Pepitooooooooooooo!- Gritó mientras veía desaparecer a su amigo debajo de las patas redondas del monstruo. Sintió estremecer su pequeño estomago…




-¡Pepo! ¡Ayúdame!- el pollito muerto de miedo tuvo la suerte de quedarse entre las dos ruedas del coche, y corrió hacia su amigo…
-¡Te dije que no cruzaras!-Y disimuladamente Pepo limpió sus lágrimas. Ven busquemos un lugar mejor, esto es muy peligroso…
Y ambos amigos amarillos decidieron recorrer la orilla de aquel Amazonas infestado de pirañas de colores.

Pepito estaba asustado, pero su idea de cruzar seguía con él. Pepo se pasaba el rato observando, callado, veía monstruos muy diferentes y algunos con sólo dos patas redondas parecían amigables, iban despacio y no soltaban humo. Vio otros seres, iban como ellos sobre dos patas y cruzaban tranquilos el río, ¿pero cómo?

Al final se dieron cuenta, todo el mundo parecía obedecer a un gran árbol metálico con dos luces en el brazo y tres ojos de colores. Simplemente había que aprenderse el código.

Y así hicieron, el árbol vigilaba con sus tres ojos a los mosntruos metálicos y cuando estos estaban dominados bajo su poder, encendía una luz verde para dejar pasar a los seres pacíficos.
¡Menos mal que existía el árbol metálico!

VERDE
Pepito corre otra vez a su ansiado otro lado del río, ese que estaba cerca de aquel campo verde. Pepo pasaba lento con su tenedor y su casco, además por el camino había ido llenando un saquito con cosas para “por si acaso”.

Sin embargo, el saquito tenía un agujero, y al pasar por el río sus tesoros acumulados se esparramaron por el suelo!

¡Pepo ven! ¡Deja eso! La luz verde parpadea! –Pepito gritaba a salvo en la acera.

Pepo miro al árbol metálico, el terror recorrió su cuerpo desde las uñitas de las patas hasta el pico: ¡El ojo del árbol estaba rojo!

Soltó la bolsa, tiró el casco, y del miedo que tenía se olvidó de tirar el tenedor. Fue el pollito más rápido de la historia, claro que no hubo jueces que anotaran el record mundial.
Sintió las patas de caucho destrás de su colita y una vez en la acera, tuvo que sentarse a encontrar un ritmo normal de respiración…

-Pepo, a veces tienes que dejar cosas atrás para seguir adelante… Si no el peso acumulado te impedirá avanzar…

Pepito tenía razón, seguro que más adelante podría seguir buscando otras armas y provisiones, en ese momento lo más importante era escapar de aquella jungla de cemento tan asfixiante.

Triste y contento a la vez, Pepo decidió continuar el camino hasta aquel soñado prado verde.
Pepito reía tras él:
-¡Toma tu lanza! Al parecer ella quiso seguir el camino contigo.

Además Pepito encontró cascos en los que ponía “San Miguel”, y pensó que estaría bien tener una ayudita extra.

Y en esta guisa, nuestros pollitos siguieron su camino hasta su verde paraíso.