lunes, 1 de abril de 2013

VIENTO

Marzo ventoso llegó soleado y sin prisas por marcharse de aquellos parajes abandonados.

La casa de madera resonaba, las puertas silbaban. Un arrullo estremecedor parecía querer arrancar,  con firmeza y constancia, el conjunto de tablas de la tierra.

Los  árboles de tronco desnudo bailaban al son de una música inaudible alrededor de la casa. Algo más lejos, unos abetos que coquetos habían conservado su hojas en invierno, parecían luchar por no despeinarse, como señoritas recién salidas de la peluquería.

El viento soplaba fuerte, tanto que parecía un océano imponente, como si el aire tan transparente y denso, quisiera romper un acantilado invisible y conquistar nuevos mundos.

Los árboles de hoja caduca continuaban danzando, pero esta vez como si quisieran desenterrar sus raíces y echar a correr, aprovechando el denso viento que les permitía moverse sin levantar sospechas. Al amainar el viento, como una calma chica, los árboles cesaban sus esfuerzos, pero las ganas de salir corriendo les impedían mantenerse inmóviles.

El canto de los pájaros volaba más deprisa que el aleteo de sus alas, navegando dulcemente en ese mar de aire y desorden.

El antiguo reloj de cuerda de la salita, seguía marcando las horas sin importarle la distancia ni las inclemencias del tiempo… dirigiendo desde las sombras la inmensa orquesta allí presente.

Al día siguiente, la calma. Los abetos acicalaban sus hojas con gran esmero. Los pájaros reposaban en sus ramas, gorgoteando canciones alegres.
En el suelo, agujeros de tierra que nadie se ocupó de tapar, testimoniaban lo imposible: los árboles siguiendo el viento, consiguieron al fin su libertad.

...La música del viento...

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