Oscar Wilde ft Lagartijas al sol
Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó
su pecho contra las espinas.
Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas, y la fría
luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.
Cantó durante toda la noche, y las espinas penetraron cada vez más en su
pecho, y la sangre de su vida fluía de su pecho.
Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de
una muchacha, y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa,
pétalo tras pétalo, canción tras canción.
Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los
pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora.
La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal parecía la sombra de
una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.
Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la
rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más
sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de
una virgen.
Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que
enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.
Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el
corazón de la rosa seguía blanco: porque sólo la sangre de un ruiseñor puede
colorear el corazón de una rosa.
Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la
rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas
tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.
Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque
cantaba el amor sublimado por la muerte, el amor que no termina en la tumba.
El ruiseñor “muriendo
por amor” y es así como se detecta el llamado “amor tóxico” uno siente que
pierde el alma cada día poco a poco y la gente solo le dice “es normal es por
amor”. Y así es como uno deja de ser uno mismo y se convienrte en una sombra, un zombi,
hasta que una sonrisa se transforma en una muesca… Engaños y engañados, menos
mal que en el mundo de las lagartijas casi todo se soluciona al amanecer…
Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el
color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.
Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y
una nube se extendió sobre sus ojos.
Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se le ahogaba en
la garganta.
Entonces su canto tuvo un último destello. La blanca luna le oyó y
olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo.
La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos
al aire frío del alba.
El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de
sus sueños a los rebaños dormidos.
El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al
mar.
-Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.
Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto sobre las altas hierbas, con el
corazón traspasado de espinas.
Y una lagartija como yo
piensa ¿mereció la pena?, seguro que no,
las rosas son perecederas, y siempre es preferible vivir por alguien que morir
por él.
A medio día el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.
¡Qué gran estudiante, aprovechando la luz del día para dormir!
-¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto
rosa semejante en toda vida. Es tan bella que estoy seguro de que debe tener en
latín un nombre muy enrevesado.
E inclinándose, la cogió.
“Eureka” que debería haber dicho, y es así que la gente que recibe todo
hecho nunca aprende nada, ni siquiera a dar las gracias… ¿será que con la
maldita rosa roja conseguirá su sueño tan
soñado que no trabajado?
Inmediatamente se puso el sombrero y corrió a casa del profesor, llevando
en su mano la rosa.
La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre
un carrete, con un perrito echado a sus pies.
-Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja -le dijo el
estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderás cerca
de tu corazón, y cuando bailemos juntos, ella te dirá cuanto te quiero.
Pero la joven frunció las cejas.
-Temo que esta rosa no armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el
sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad, y ya se sabe que
las joyas cuestan más que las flores.
-¡Oh, qué ingrata eres! -dijo el estudiante lleno de cólera.
Y tiró la rosa al arroyo.
Un pesado carro la aplastó.
Se le terminó
el amor al chico... ¡Vaya! solo hicieron falta 5 frases... podría haber sido
peor ¡y haber durado varios años!
-¡Ingrato! -dijo la joven-. Te diré que te portas como un grosero; y
después de todo, ¿qué eres? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que puedas
tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del
chambelán.
Hay que desconfiar de la gente que te pide cosas banales, vestirse bien, una rosa roja.... como si el envoltorio del bombón fuera a cambiar las propiedades del mismo. Hay gente que debería comerse el envoltorio y dejar el bombón para quien lo sepa apreciar.
"¡Qué tontería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No
es ni la mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada; habla
siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son
ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba
en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la
metafísica."
Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro
polvoriento y se puso a leer.
Y ya, ¿fin? ¿Murió el ruiseñor por un capricho de adolescente, por una
rabieta?
A Oscar Wilde se le olvidó un detalle, uno pequeñito: una lagartija
observaba la escena entre los dos muchachos, y en cuanto la rosa tocó el suelo,
esta lagartija se escurrió entre las ruedas del carro, dejando en la hazaña 4 pétalos
rojos machacados por las ruedas del carro.
Rápidamente volvió al rosal y recuperó el cuerpecillo del ruiseñor.
Lo tumbó encima de una rosa sobre su piedra preferida para observar el
atardecer y esperó. Esperó a que la tarde se tiñera de fuego y de azul añil. Sol,
sólo sol, caldeando el corazón del pequeño ruiseñor que comenzó a palpitar,
como un reloj, un
reloj que seguiría marcando las horas
sin importarle la distancia ni las inclemencias del tiempo. El ruiseñor miró a
la lagartija cuya sonrisa esbozaba un claro “ya lo sabía”. Dio la vuelta y
desapareció bajo el brillo del sol radiante que amanecía en otro mundo, allá al
oeste.
El
ruiseñor no necesitaba nada más, se dio cuenta que nunca hay que negarse a uno
mismo. Y entonó un canto, a la vida, al sol y al atardecer.
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