A veces, no basta con seguir la estrella polar para tropezar
con tus sueños.
Esos que duermen al sur, en el regazo del destino.
viernes, 24 de mayo de 2013
lunes, 1 de abril de 2013
VIENTO
Marzo ventoso llegó soleado y sin prisas por marcharse de
aquellos parajes abandonados.
La casa de madera resonaba, las puertas silbaban. Un arrullo
estremecedor parecía querer arrancar,
con firmeza y constancia, el conjunto de tablas de la tierra.
Los árboles de tronco
desnudo bailaban al son de una música inaudible alrededor de la casa. Algo más
lejos, unos abetos que coquetos habían conservado su hojas en invierno,
parecían luchar por no despeinarse, como señoritas recién salidas de la
peluquería.
El viento soplaba fuerte, tanto que parecía un océano
imponente, como si el aire tan transparente y denso, quisiera romper un
acantilado invisible y conquistar nuevos mundos.
Los árboles de hoja caduca continuaban danzando, pero esta
vez como si quisieran desenterrar sus raíces y echar a correr, aprovechando el
denso viento que les permitía moverse sin levantar sospechas. Al amainar el
viento, como una calma chica, los árboles cesaban sus esfuerzos, pero las ganas
de salir corriendo les impedían mantenerse inmóviles.
El canto de los pájaros volaba más deprisa que el aleteo de
sus alas, navegando dulcemente en ese mar de aire y desorden.
El antiguo reloj
de cuerda de la salita, seguía marcando las horas sin importarle la distancia
ni las inclemencias del tiempo… dirigiendo desde las sombras la inmensa
orquesta allí presente.
Al día
siguiente, la calma. Los abetos acicalaban sus hojas con gran esmero. Los
pájaros reposaban en sus ramas, gorgoteando canciones alegres.
En el
suelo, agujeros de tierra que nadie se ocupó de tapar, testimoniaban lo
imposible: los árboles siguiendo el viento, consiguieron al fin su libertad.
...La música del viento...
sábado, 9 de marzo de 2013
El ibis rojo
¡Volar!
El no lo permitiría, volvería a su nido y volando
o corriendo demostraría que uno nunca se olvida de volar y que el único motivo
suficiente es porque nos da la gana. Qué no somos nuestras alas o nuestras
patas, sino nuestros deseos y nuestro corazón y son ellos los que nos guían a
la felicidad. Que se puede volar con el corazón y correr con los sentimientos.
Desde el nido no pensaba en otra
cosa, sus padres dos excelentes ibis escarlata le contaron historias de magníficas
migraciones. Cientos de uves decorando el cielo azul, con sus brillantes plumas,
aleteando al mismo son, surcando los vientos y las brisas. Estelas rosadas separando
el mar turquesa del cielo azul. Su abuelo, un ibis escarlata rojo fuego, el más
rojo y el más viejo del grupo, relataba con añoranza cuando ejercía como vértice
de su formación en V. Sin brújulas, sin astrolabios, sólo por el perfume de la
brisa y la luz de las estrellas, guiaba hacia buen destino a su tropa.
¡Volar!
Sin embargo, los tiempos habían cambiado
cuando el ibis rojo alcanzó “la mayoría de vuelo”. El cielo se volvió un caos
de migraciones, miles de aves desorientadas buscando “un lugar mejor”. Ya no se
formaban uves recortando la bóveda celeste, todo parecían nubes de colores,
torbellinos, huracanes.
El vuelo espontáneo se prohibió,
sólo se podía volar por turnos, pero esos turnos eran asignados según “las
aptitudes para volar”. Ya no bastaba tener dos alas, saber aterrizar y cambiar
de rumbo. Uno tenía que tener experiencia de vuelo, tener su propia formación ya
no en V porque era muy anticuada y estar motivado para volar.
Motivado para volar… ¿y eso se
come? En la época de sus ancestros volar era como respirar, y poco a poco se
fue convirtiendo en asfixia programada.
¿Quién decidió que volar por
placer era contrario a la ley? Que uno no puede guiarse por sus instintos y que
una formación en V por anticuada que fuera, era método infalible para llegar a buen
nido.
¡Volar!
¿Y acaso sus alas dejaron de
servir en cuestión de segundos? ¿Qué sería del ibis rojo si no podía volar? ¿Tendría
que buscarse la vida al lado de su pantano, conformarse con revolver el lodo y
alimentarse con los mosquitos que allí morían? ¿Ver reflejos rosas surcando el
agua…?
El ibis rojo decidió renunciar a
volar, y seguir el rumbo que le marcaba el agua, esa agua que le proporcionaba su alimento de
manera gratuita, esa agua que siempre seguía su curso, utilizar sus patas hasta
encontrar una solución.
Andar, andar, andar…
El curso del agua solía
esconderse tras las rocas, y era difícil volver a encontrar su camino. El ibis
se preguntaba si algún día sus alas se olvidarían de volar, y tendría que
conformarse como lo hicieron en su tiempo los pingüinos y los avestruces.
Llovía, la incertidumbre mojaba
las plumas del ibis rojo y borraba los caminos de libertad de arroyo. Sin
embargo, al terminar la lluvia,
las gotas de la tormenta se tornaban en perlas y un sentimiento de felicidad
indicaba cual rayo de sol el sendero de agua clara a seguir.
Andar, saltar, mirar al cielo. Las copas de los arboles eran nubes verdes que
filtraban una fina lluvia de sol. ¿Quién habría volando sobre esas nubes
verdes? ¿Acaso importaba? El ibis rojo se convirtió en un gran experto del
suelo, disfrutaba de la caminata y se preguntaba si algún día conseguirían convertirla
en un “nuevo martirio”.
Y en
esos pensamientos estaba nuestro ibis rojo cuando un día una luz desde el suelo
le cegó.
Tan límpida estaba el agua, que parecía que
el sol estaba bañándose en ella. Cielo, jungla, agua.
¡Vivir! ¡Volar! ¡Correr! ¡Soñar!
Y una flecha rojo escarlata atravesó la
pizarra celeste garabateando todo tipo de letras.
Letras que escribirían la historia de un ibis
rojo que dejo de volar... para poder correr, volar, vivir y soñar.
viernes, 8 de febrero de 2013
El ruiseñor y la rosa (al son de lagartijas) 2/2
El ruiseñor y la rosa (al son de lagartijas) 1/2 aquí.
Oscar Wilde ft Lagartijas al sol
Hay que desconfiar de la gente que te pide cosas banales, vestirse bien, una rosa roja.... como si el envoltorio del bombón fuera a cambiar las propiedades del mismo. Hay gente que debería comerse el envoltorio y dejar el bombón para quien lo sepa apreciar.
Oscar Wilde ft Lagartijas al sol
Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó
su pecho contra las espinas.
Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas, y la fría
luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.
Cantó durante toda la noche, y las espinas penetraron cada vez más en su
pecho, y la sangre de su vida fluía de su pecho.
Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de
una muchacha, y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa,
pétalo tras pétalo, canción tras canción.
Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los
pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora.
La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal parecía la sombra de
una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.
Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la
rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más
sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de
una virgen.
Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que
enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.
Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el
corazón de la rosa seguía blanco: porque sólo la sangre de un ruiseñor puede
colorear el corazón de una rosa.
Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la
rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas
tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.
Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque
cantaba el amor sublimado por la muerte, el amor que no termina en la tumba.
El ruiseñor “muriendo
por amor” y es así como se detecta el llamado “amor tóxico” uno siente que
pierde el alma cada día poco a poco y la gente solo le dice “es normal es por
amor”. Y así es como uno deja de ser uno mismo y se convienrte en una sombra, un zombi,
hasta que una sonrisa se transforma en una muesca… Engaños y engañados, menos
mal que en el mundo de las lagartijas casi todo se soluciona al amanecer…
Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el
color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.
Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y
una nube se extendió sobre sus ojos.
Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se le ahogaba en
la garganta.
Entonces su canto tuvo un último destello. La blanca luna le oyó y
olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo.
La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos
al aire frío del alba.
El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de
sus sueños a los rebaños dormidos.
El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al
mar.
-Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.
Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto sobre las altas hierbas, con el
corazón traspasado de espinas.
Y una lagartija como yo
piensa ¿mereció la pena?, seguro que no,
las rosas son perecederas, y siempre es preferible vivir por alguien que morir
por él.
A medio día el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.
¡Qué gran estudiante, aprovechando la luz del día para dormir!
-¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto
rosa semejante en toda vida. Es tan bella que estoy seguro de que debe tener en
latín un nombre muy enrevesado.
E inclinándose, la cogió.
“Eureka” que debería haber dicho, y es así que la gente que recibe todo
hecho nunca aprende nada, ni siquiera a dar las gracias… ¿será que con la
maldita rosa roja conseguirá su sueño tan
soñado que no trabajado?
Inmediatamente se puso el sombrero y corrió a casa del profesor, llevando
en su mano la rosa.
La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre
un carrete, con un perrito echado a sus pies.
-Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja -le dijo el
estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderás cerca
de tu corazón, y cuando bailemos juntos, ella te dirá cuanto te quiero.
Pero la joven frunció las cejas.
-Temo que esta rosa no armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el
sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad, y ya se sabe que
las joyas cuestan más que las flores.
-¡Oh, qué ingrata eres! -dijo el estudiante lleno de cólera.
Y tiró la rosa al arroyo.
Un pesado carro la aplastó.
Se le terminó
el amor al chico... ¡Vaya! solo hicieron falta 5 frases... podría haber sido
peor ¡y haber durado varios años!
-¡Ingrato! -dijo la joven-. Te diré que te portas como un grosero; y
después de todo, ¿qué eres? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que puedas
tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del
chambelán.
Hay que desconfiar de la gente que te pide cosas banales, vestirse bien, una rosa roja.... como si el envoltorio del bombón fuera a cambiar las propiedades del mismo. Hay gente que debería comerse el envoltorio y dejar el bombón para quien lo sepa apreciar.
"¡Qué tontería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No
es ni la mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada; habla
siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son
ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba
en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la
metafísica."
Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro
polvoriento y se puso a leer.
Y ya, ¿fin? ¿Murió el ruiseñor por un capricho de adolescente, por una
rabieta?
A Oscar Wilde se le olvidó un detalle, uno pequeñito: una lagartija
observaba la escena entre los dos muchachos, y en cuanto la rosa tocó el suelo,
esta lagartija se escurrió entre las ruedas del carro, dejando en la hazaña 4 pétalos
rojos machacados por las ruedas del carro.
Rápidamente volvió al rosal y recuperó el cuerpecillo del ruiseñor.
Lo tumbó encima de una rosa sobre su piedra preferida para observar el
atardecer y esperó. Esperó a que la tarde se tiñera de fuego y de azul añil. Sol,
sólo sol, caldeando el corazón del pequeño ruiseñor que comenzó a palpitar,
como un reloj, un
reloj que seguiría marcando las horas
sin importarle la distancia ni las inclemencias del tiempo. El ruiseñor miró a
la lagartija cuya sonrisa esbozaba un claro “ya lo sabía”. Dio la vuelta y
desapareció bajo el brillo del sol radiante que amanecía en otro mundo, allá al
oeste.
El
ruiseñor no necesitaba nada más, se dio cuenta que nunca hay que negarse a uno
mismo. Y entonó un canto, a la vida, al sol y al atardecer.
sábado, 2 de febrero de 2013
Pepo y Pepito (III)
Pepo y Pepito II acá.
Los primeros rayos de sol iluminaron sus piquitos y les despertaron cual un beso de mamá gallina. Pepo se dio la vuelta escapando del brillo del despertador. Pepito estiró las alitas y brincando de alegría dijo: ¡Tenemos que cruzar el río ahora que los monstruos han cerrado sus ojos luminosos! ¡No hay tiempo que perder, quizás más tarde vengan más!
A Pepo no le gustó la idea, sabía que su hermano era muy cabezón y no
abandoraría la idea, pero antes decidió tomar precauciones y agarrar algunas
armas que podrían serles útiles más tarde.
Así fue que apareció con un tenedor del ala y un tapón de plástico en la
cabeza. Pepito rió la ocurrencia y no dijo nada más, si contradecía mucho a su
amigo este nunca se uniría a él en la “cruzada”.
Y así se presentaron en la orilla del río de asfalto. Miraron a ambos
lados, pero los monstruos de ruido estaban intentando acabar con ellos tirándoles
gas tóxico. Así nunca conseguirían pasar. Pepito perdió la esperanza y decidió
cerrar los ojos y cruzar. Pepo siguió tras él, un monstruo rojo se acercaba! Pero
su armadura imporvisada pesaba mucho, no podía avanzar tan deprisa como pepito
¡Pepitooooooooooooo!- Gritó mientras veía desaparecer a su amigo debajo de
las patas redondas del monstruo. Sintió estremecer su pequeño estomago…
-¡Pepo! ¡Ayúdame!- el pollito muerto de miedo tuvo la suerte de quedarse
entre las dos ruedas del coche, y corrió hacia su amigo…
-¡Te dije que no cruzaras!-Y disimuladamente Pepo limpió sus lágrimas. Ven
busquemos un lugar mejor, esto es muy peligroso…
Y ambos amigos amarillos decidieron recorrer la orilla de aquel Amazonas
infestado de pirañas de colores.
Pepito estaba asustado, pero su idea de cruzar seguía con él. Pepo se
pasaba el rato observando, callado, veía monstruos muy diferentes y algunos con
sólo dos patas redondas parecían amigables, iban despacio y no soltaban humo. Vio
otros seres, iban como ellos sobre dos patas y cruzaban tranquilos el río, ¿pero
cómo?
Al final se dieron cuenta, todo el mundo parecía obedecer a un gran árbol metálico
con dos luces en el brazo y tres ojos de colores. Simplemente había que
aprenderse el código.
Y así hicieron, el árbol vigilaba con sus tres ojos a los mosntruos
metálicos y cuando estos estaban dominados bajo su poder, encendía una luz
verde para dejar pasar a los seres pacíficos.
¡Menos mal que existía el árbol metálico!
VERDE
Pepito corre otra vez a su ansiado otro lado del río, ese que estaba cerca
de aquel campo verde. Pepo pasaba lento con su tenedor y su casco, además por
el camino había ido llenando un saquito con cosas para “por si acaso”.
Sin embargo, el saquito tenía un agujero, y al pasar por el río sus tesoros
acumulados se esparramaron por el suelo!
¡Pepo ven! ¡Deja eso! La luz verde parpadea! –Pepito gritaba a salvo en la
acera.
Pepo miro al árbol metálico, el terror recorrió su cuerpo desde las uñitas
de las patas hasta el pico: ¡El ojo del árbol estaba rojo!
Soltó la bolsa, tiró el casco, y del miedo que tenía se olvidó de tirar el
tenedor. Fue el pollito más rápido de la historia, claro que no hubo jueces que
anotaran el record mundial.
Sintió las patas de caucho destrás de su colita y una vez en la acera, tuvo
que sentarse a encontrar un ritmo normal de respiración…
-Pepo, a veces tienes que dejar cosas atrás para seguir adelante… Si no el
peso acumulado te impedirá avanzar…
Pepito tenía razón, seguro que más adelante podría seguir buscando otras
armas y provisiones, en ese momento lo más importante era escapar de aquella
jungla de cemento tan asfixiante.
Triste y contento a la vez, Pepo decidió continuar el camino hasta aquel
soñado prado verde.
-¡Toma tu lanza! Al parecer ella quiso seguir el camino contigo.
Además Pepito encontró cascos en los que ponía “San Miguel”, y pensó que estaría
bien tener una ayudita extra.
Y en esta guisa, nuestros pollitos siguieron su camino hasta su verde paraíso.
sábado, 26 de enero de 2013
Retales del pasado...
Y volvió. Como vuelven las gotas de rocío en las mañanas de primavera. Como
vuelven las hojas a acariciar las ramas de los árboles desnudos. Y observó.
Pícara,
una sonrisa se perfilaba débilmente en su gesto. Era gracioso ver como el
armadillo escapaba de los brazos de Morfeo para escribir sus sueños develados.
Bichejo extraño donde los haya.
Lo
pensó varias veces y decidió dejar su huella fría sobre el abismo de
comentarios vacíos.
Y hecho
esto, se fue, agradeciendo haber encontrado que el otoño palpitaba entre los
párrafos; feliz, de haber descansado de una tarde de escritos científicos en
inglés, de entonaciones francesas.
La
lluvia empapó el rastro, de aquel ser de sangre fría. Y si vuelve o no vuelve dependerá del destino.
Publicado en 2008 como comentario aquí.
sábado, 12 de enero de 2013
¡Un año de sol!
Hoy hace un año nació un pequeño sol. Le costó salir de su
primera cunita, no sé si por lo de “cabezón” como su padre o por “dormilón”
como su madre. Era tranquilito, tanto que apenas se movía. Hoy, un año después,
no hay quien lo pare. Gatea por un lado, gatea por el otro. Da palmitas, canta,
habla y se ríe. Se ríe y sonríe tanto que yo de mayor quiero ser como él. Se
levanta con una sonrisa en la cara, con los ojitos brillantes en búsqueda de nuevas
aventuras.
Y sólo al verle, dirías que es el niño más feliz del mundo. ¿Será
por tener unos maravillosos papás? ¿O los abuelos que piensan en él cada día?
¿Los animalejos que le rodean? ¿Será el puré o el jamón ibérico?
¡Pequeño gran solecito! ¿Cuál será su secreto? Quizás cuando
hable me lo podrá contar…
Un año de sol, y que sean muchos, muchos, muchos más.
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